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La fiel Penélope



"¡Telémaco, incapaz de moderar tus ímpetus! ¿Qué has dicho para ultrajarnos? Tu deseas cubrirnos de injurias. Mas la culpa no la tienen los aqueos que pretenden a tu madre, sino ella que sabe proceder con gran astucia. Tres años van con éste, y pronto llegará el cuarto, que entristece el ánimo que los argivos tienen en su pecho. A todos les da esperanzas, y a cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes: pero son muy diferentes los pensamientos que en su inteligencia revuelve. Y aun discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a tejer en palacio una gran tela sutil e interminable y a la hora nos habló de esta guisa. "¡Jóvenes, pretendientes míos, ya que ha muerto el divinal Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo (no sea que se me pierdan inútilmente los hilos), a fin de que tenga sudario el héroe de Laertes cuando le sorprenda la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes!"


Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como se alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, nos lo revelo una de las mujeres, que conocía muy bien lo que pasaba, y la sorprendimos cuando destejía la espléndida tela. Así fue como, mal de su grado, se vio en la necesidad de acabarla.


Escucha lo que te responden los pretendientes, para que lo alcance tu ingenio y lo sepan también los aqueos todos. Haz que tu madre vuelva a su casa, y ordénale que tome por esposo a quien su padre le aconseje y a ella le plazca. Y si atormenta largo tiempo a los aqueos, confiando en las dotes que Atenea le otorgó en tal abundancia (ser diestra en labores primorosas, gozar de buen juicio y valerse de astucias), no se habrá decidido por lo más conveniente, ya que tus bienes y riquezas serán devorados mientras siga con las trazas que los dioses le infundieron en el pecho. Ella ganará ciertamente mucha fama, pero a ti te quedará tan sólo la añoranza de los copiosos bienes que hayas poseído: y nosotros ni volveremos a nuestros negocios, ni nos llevaremos a otra parte, hasta que Penélope no se haya casado con alguno de los aqueos.


Le contestó el prudente Telémaco:

—¡Antínoo! No es razón de que eche de mi casa, contra su voluntad, a la que me dio el ser y me ha criado. Mi padre quizás este vivo en otra tierra, quizás haya muerto; pero me será gravoso haber de restituir a Icario muchísimas cosas si voluntariamente le envió mi madre. Y entonces no sólo padeceré infortunios a causa de la ausencia de mi padre, sino que los dioses me causarán otros; pues mi madre, al salir de la casa, imprecará las odiosas Erinies y caerá sobre mi la indignación de los hombres. Jamás, por consiguiente, daré yo semejante orden. Si os indigna el ánimo de lo que ocurre, salid del palacio, disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y recíprocamente en vuestras casas. Pero si os parece mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré a los sempiternos dioses por si algún día nos concede Zeus que vuestras obras sean castigadas, y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue.


Así habló Telémaco; y el largovidente Zeus le envió dos águilas que echaron a volar desde la cumbre de un monte. Ambas volaban muy juntas, con las alas extendidas, y tan rápidas como el viento; y al hallarse en medio de la ruidosa ágora anduvieron volteando ligeras, batiendo las tupidas alas; les miraron a todos a la cabeza como presagio de muerte, se desgarraron con las uñas la cabeza y el cuello, y se lanzaron hacia la derecha por cima de las casas y a través de la ciudad. Se quedaron todos los presentes muy admirados de ver con sus propios ojos las susodichas aves y pensaban en sus adentros que fuera lo que tenía que suceder; cuando el anciano héroe Haliterses Mastórida, el único que se señalaba entre los de su edad en conocer los augurios y explicar las cosas fatales, les arengó con benevolencia, diciendo:


—Oíd, itacenses lo que os voy a decir, aunque he de referirme de un modo especial a los pretendientes. Grande es el infortunio que a estos les amenaza, porque Odiseo no estará mucho tiempo alejado de los suyos, sino que ya quizás se halla cerca y les apareja a todos la muerte y el destino; y también les ha de venir daño a muchos de los que moran en Ítaca que se ve de lejos. Antes de que así ocurra, pensemos cómo les haríamos cesar de sus demasías, o cesen espontáneamente, que fuera lo más provechoso para ellos mismos. Pues no lo vaticino sin saberlo, sino muy enterado; y os aseguro que al héroe se le ha cumplido todo lo que yo le declaré, cuando los argivos se embarcaron para Troya y fuese con ellos el ingenioso Odiseo. "Le dije entonces que, después de pasar muchos males y de perder sus compañeros, volvería a su patria en el vigésimo año sin que nadie le conociera"; y ahora todo se va cumpliendo".




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